SI CALLÁIS, LAS PIEDRAS GRITARÁN*
¡Soy Casandra! [...]
Pero, si no me escuchan cuando hablo,
¿qué soy sino algo descarnado,
un fantasma que nadie ve?
Sheri S. Tepper
(de The Gate to Women's Country)
Hace meses que reuno
material sobre el caso de los cinco escorias (un militar, un guardia civil, un
peluquero y dos ultras futboleros con antecedentes, miembros de un grupo de
whatsapp de 21 machos autodenominado La manada) que el 7 de julio de 2016
violaron repetidamente a una joven madrileña de 18 años a Pamplona –con una
prueba indiscutible: el vídeo que grabaron para vanagloriarse–; sí, tenía en
mente escribir un artículo porque me temía que pasara lo que está pasando, y no
sabéis cuánto me habría gustado haberme equivocado. Como se está hablando y se
hablará del tema más de lo necesario, me limitaré a hacer algunas reflexiones.
La primera es que,
con una mala baba cruel, el juicio empezó el lunes 13 de noviembre, el mismo
día en que 25 años antes –el 1992– tuvo lugar el secuestro, la violación, la
tortura y el asesinato de las 3 niñas de Alcàsser por no se sabe cuántos
íncubos de cloaca, un crimen aún no resuelto fehacientemente, por lo menos para
mí.
La segunda da
náuseas: según un artículo de El Mundo del 12 de noviembre, firmado por
E.M., “Los cinco se encuentran en prisión provisional desde el 7 de julio de
2016, el día de los hechos. Los tres primeros [los no militares] comparten
abogado y módulo en la cárcel de Pamplona, donde lejos de ser repudiado por
el estigma de ser presuntos violadores tienen buena relación con los internos y
frecuentan el polideportivo”.
La tercera. Toda
esta exposición mediática del juicio me ha recordado otro, iniciado el 3 de
septiembre de 2001, por el asesinato de Rocío Wanninkhof (oct. de 1999), con
una acusada, Dolores Vázquez, condenada por un crimen que no había cometido.
A lo largo de diecisiete meses, y durante mucho tiempo después –hasta que se
descubrió el verdadero asesino–, la prensa española, encabezada por El País, ABC y El Mundo, manipuló
la información y criminalizó y linchó sin prueba alguna a la presunta
culpable, una mujer; para más detalles, lesbiana.
Una fue acusada
sin pruebas, la otra es víctima con pruebas incontestables, y ambas comparten
un handicap, son mujeres y, solo por eso, su palabra fue y es puesta en duda,
como la profeta Casandra, maldecida por Apolo por no haber querido acostarse con
él. No es el mismo caso, ya lo sé, sin embargo, tanto en un juicio como en el
otro, el cuarto poder masacra la hembra: en éste, dejando caer que quizá hubo
consentimiento; en áquel, acusando a una inocente. Quien tiene la palabra,
manda, y la prensa, que tiene mucho poder y lo sabe, se aprovecha para que, aun
renqueante, el sistema se mantenga.
La cuarta. El 14
de octubre de 2016, en un artículo titulado “Manada”, Emma Riverola dudaba de si
«es la misma violencia de siempre o si las redes están propiciando la aparición
de mundos paralelos...». Sí, es la violencia de género de siempre, una guerra
desigual e injusta que causa más de 1.000 violaciones, un sin fin de acosos y
agresiones sexuales de todo tipo, y entre 60-75 asesinatos anuales en este pedacito
de mundo; una guerra que el sancta sanctorum patriarcal reaviva y
apacigua cíclicamente, dependiendo de si crecen o se estancan las voces en
contra; una guerra que ya dura demasiado. Y, en cuanto a las redes
sociales, en mi opinión ni fabrican realidades paralelas ni son reductos del
exhibicionismo machirulo más grosero; simplemente muestran una cara más del
machismo.
Pareidolia. Worth1000.com
Desde que el mundo
es mundo –que no la Tierra–, y padres y sacerdotes decidieron convertir el
cuerpo de sus hijas y fieles en moneda de cambio y arma de guerra, en todas
partes hay depravados a la búsqueda de incautas y cautas presas; pero, por
suerte, también hay mujeres que, “sobrepasando la naturaleza de la hembra” y
sobreponiéndose a la vergüenza y al miedo al castigo, levantan la voz para
denunciar los crímenes de tales especimenes; porque denunciar el abuso sexual
se paga, y tanto que sí. Y si no me creéis, preguntádselo a Aracne, la
predecesora mitológica de Tarana Burke, la activista que hace más de diez años
impulsó la campaña #MeToo (#JoTambé), hace diez días estrella de las portadas
de los MMCC y ahora noticia interior, como pronto lo será ésta, hasta el
próximo escándalo.
Retomemos el hilo.
Según explica el poeta Ovidio en la Metamorfosis, hace mucho tiempo, en
Lidia, había una joven famosa en el arte de tejer que, retada por la diosa Atenea
a hacer un tapiz mejor que el de ella, se atrevió a decirle a la cara que su
padre era un depredador sexual, y su tío, y sus hermanastros, y su abuelo...
Así es, en el tapiz que bordó, Aracne hizo un repaso a los estupros cometidos por los machos olímpicos sin dejar títere con cabeza:
Zeus, Poseidón, Apolo, Baco..., y también Cronos. Las víctimas: Europa, Aster, Leda, Antíope, Alcmena, Dánae, Mnemosina, Dórida, Egina, Eolia, Teófane, Deméter, Medusa, Melanto, Isse, Erígone,
Filira... Sí, muchas de las diosas, ninfas, titánidas y simples mortales
vejadas y/o violentadas que se muestran sin pudor en las salas de los museos.
Mitos fundacionales dicen.
Vista
la actualidad, muy pocos cambios en tantísimos siglos, ¿verdad?, quitando que ya
podemos votar o trabajar fuera de casa. No, si aún resultará que Harvey Weinstein, Dustin
Hoffman, Terry Richardson, Woody Allen, Kevin Spacey,... –y el montón de
anónimos más cercanos de todos los ámbitos cuyos crímenes vamos conociendo,
pero no el nombre– son unos santos, y las denunciadoras, unas malas putas;
si aún resultará que esto es un concurso mundial de machos alfa y ya está, para
ver quien se folla más chonis y hace más muescas en su revólver.
Y,
si hablamos del sexismo en los mitos, qué decir de la inhumanidad que muestra
el hombre hacia la mujer en los libros sagrados por excelencia empezando por la
Biblia, el apoyo moral de nuestra maravillosa civilización occidental. Más
nudos de la cuerda que nos cuelga de la horca androcéntrica. Porque, a ver, ¿en qué mente enferma cabe que
una agresión sexual pueda ser placentera para la persona agredida, sea bebé,
núbil o adulta? La violencia de género no es natural, es concomitante con
la cultura sexista que nos machaca desde que nacemos; el único factor de riesgo
ineludible de sufrirla es ser mujer, y la vulnerabilidad no tiene fecha de
caducidad.
Viñeta
de J.Morgan. Canarias7
Pues bien, el
castigo que recibió Aracne por tejer aquel tapiz delator ya os lo podáis
imaginar. En eso sí que han cambiado un poco las cosas: ahora, a las valientes
que osan denunciar a los que las asedian o violan, ya no las convierten en
arañas; tienen bastante con denigrarlas y cuestionar su credibilidad, mientras blanquean
las agresiones y exculpan a los acusados. No somos putas ni estamos locas ni
somos unas mentirosas –los rasgos intrínsecos a la maligna condición femenina
según el imaginario colectivo cultivado a lo largo de siglos y siglos por el
patriarcado–; somos mujeres, personas, que quede claro. Y como el machismo
siempre se las apaña para transformar a las víctimas de violencia de género en
sospechosas, si vosotros calláis, gritaremos nosotras.
Cuando un tío tuyo
arrima su ‘paquete' a tu culo, está abusando de ti; cuando un superior te
recrimina que no lleves falda o insinúa que os vayáis a la cama a cambio de X,
está abusando de ti; cuando un poeta al que admiras te mete mano en una cena
literaria, está abusando de ti; cuando un amigo insiste y reinsiste en
morrear-te llamándote "estrecha", está abusando de ti. Sí, ya lo sé, no es la mismo acariciar el
muslo de la jovencita que te han colocado al lado para que estés ‘contento' que
violarla; de acuerdo. Pero ambas acciones tienen la misma sintaxis: el sujeto
es masculino, y la fémina, tratada como objeto, y lo hacen porque pueden,
porque se les consiente; porque tienen el permiso patriarcal y también el
beneplácito del sexismo social que engrana los estereotipos desde la cuna,
loando la hombría del rey y la belleza de la princesa; porque saben que cuentan
con la impunidad del Cada uno en su casa y Dios en la de todos.
Hace muy poco –y
no en todas partes– que las mujeres somos sujetos de pleno derecho, capaces de
hablar por nosotras mismas, y merecemos ser creídas, como cualquiera. No creer a
la mujer que pasa la vergüenza de denunciar un acoso sexual o una violación,
decir que exagera o que miente, señalar que ha pasado mucho tiempo desde la
agresión, minimizarla o negarla, comentar que no se resistió lo bastante,
insinuar que se lo inventa y/o que quizá hubo consentimiento... En fin,
sospechar de la víctima en lugar de juzgar al verdugo tiene un nombre: COMPLICIDAD.
Una complicidad que normaliza la cultura de la violación una y otra vez. No, chicos,
no es que se haya abierto ninguna veda. El problema es que la veda no se ha cerrado
nunca y que las mujeres somos la presa. Callar no es la solución: EL SILENCIO
OS HACE CÓMPLICES.
#NoEsNo, y si
no digo que SÍ también es NO.
Dicen que, si Jordi
Pujol (Rato, Guerra, Bárcenas...) hablara, haría tambalear la democracia; pues,
yo afirmo que, si las mujeres –y los hombres– no calláramos, haríamos tambalear
de veras el menospreciable sistema patriarcal que nos oprime de mil maneras. ¡A
qué esperamos!
Encarna
Sant-Celoni i Verger, escritora y traductora
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